David Graeber y Yuk Hui, Los Angeles Review of Books, Estados Unidos

Los movimientos iniciados en Nueva York en el 2011 han cambiado por siempre el modo de ver la política de la gente común. Esta revolución ha llegado también a la ex colonia británica.

A veces parece que cuando el movimiento Occupy se declara muerto en un lugar, resurge en cualquier otra parte. De Nigeria a Turquía, de Brasil a Bosnia, y ahora en Hong Kong, donde desde hace más de tres semanas la ciudad está paralizada por un improviso e inesperado retorno de Occupy central, el movimiento que en el 2011 ocupó el primer piso de la sede central del grupo bancario Hsbc en solidaridad con la ocupación del Zuccotti park de Nueva York.

Estudiantes ocupando el centro de Hong Kong

No se trata sólo de un cambio de lenguaje o táctica de parte de los movimientos. En el 2011 ha cambiado por siempre el modo de organizar una revolución democrática. Naturalmente los movimientos del 2011 no habían comenzado en los Estados Unidos. Habían comenzado en el norte de África y habían atravesado el Mediterráneo para llegar a Grecia y España. Pero ha sido sólo después de haber golpeado al epicentro del capitalismo estadounidense que las ocupaciones se han propagado en todas partes, de Argentina a Sudáfrica.

Por un momento ha parecido que, rechazando totalmente el sistema económico e político liberal impuesto por la generación precedente al resto del mundo en los últimos treinta años, los jóvenes americanos se hubiesen puesto a la cabeza de una revolución global. En el transcurso de pocos meses, casi todos los movimientos han sido sofocados. Al repensarlo hoy, sin embargo, parece que haya sido realmente una revolución, pero diferente de aquello que pensábamos. Si la prueba de que ha sido una revolución es el cambio de la forma en como la gente ve la política, el movimiento al cual asisitimos hoy representa un verdadero quiebre.

La ocupación de Hong Kong desde octubre de 2011 a agosto de 2012 ha sido una de las más largas. Aunque si en la plaza no han estado nunca más de algunas decenas de carpas y un centenar de personas, el movimiento ha hecho entender que existen formas diferentes de organizarse, que la democracia puede exprimirse en modo directo, y esto ha tenido más implicaciones a largo plazo de cuanto cualquiera, incluso sus mismos participantes, se esperaran.

Manifestantes reunidos para escuchar las conversaciones entre gobernantes y líderes estudiantiles

En el 2013 dos profesores y un sacerdote han lanzado aquello que pensaban sería una iniciativa más modesta para pedir el sufragio universal en ocasión de la elección del nuevo gobernador de Hong Kong en el 2017. Se ha hablado de ocupación por más de un año y medio, pero no se conseguía acordar una fecha. Luego, el 31 de agosto, el gobierno ha anunciado que los ciudadanos habrían votado los candidatos electos desde Pekín. La promesa de «un país, dos sistemas» hecha por parte de China al momento del cambio de soberanía de la ex colonia británica en 1997 no ha sido mantenida, y el gobernador, Leung Chung-Ying ha demostrado ser sólo una marioneta del régimen.

El 22 de septiembre dos organizaciones estudiantiles, cansadas de esperar, han ido a la plaza comenzando una ocupación a la cual se han agregado rápidamente miles de personas. La mayor parte de los manifestantes tenía su primera experiencia con los gases lacrimógenos. Las ocupaciones se han extendido de inmediato desde la plaza central, donde se encuentra la sede del gobierno, a otros barrios comerciales. Aquello que ha sucedido a sorprendido a todos, incluidos los organizadores de Occupy central. La policía estaba tan sumergida en el pánico que era dispuesta a hacer causa común con las triadas, las organizaciones mafiosas chinas, para atacar a los manifestantes y aterrorizar a las jóvenes. Pero la ocupación ha continuado. ¿Por qué? Los ocupantes de Hong Kong piden sustancialmente la democracia, pero detrás de esta petición existen también problemas de caracter económico. No debemos olvidar que Hong Kong ha sido uno de los primerísimos laboratorios del neoliberalismo. En el 1963 el economista estadounidense Milton Friedman -que ocho años antes había definido a Hong Kong como una «ciudad pobre y miserable» de reconstruir- durante un coloquio con el secretario de las finanzas en la entonces colonia británica, John Cowpertwaite, hizo una propuesta audaz: hacer de Hong Kong un experimento de libre mercado y una alternativa al socialismo británico.

A fines de los años setentae inicios de los ochenta, las reformas liberales parecían haber producido un verdadero milagro económico y la renta per cápita de los ciudadanos de Hong Kong había superado por mucho aquella de los ingleses. En 1997, durante una conferencia en Chicago, Friedman afirmó que «el Reino Unido es más productivo que Hong Kong, pero hemos escogido destinar cerca de la mitad de esa capacidad productiva a actividades a las cuales Hong Kong dedica sólo el 15 o 20 por ciento». Se refería a los gastos para los programas estatales , la cultura, la educación y el esfuerzo político, que Hong Kong había simplemente ignorado para concentrarse en el crecimiento económico. Después de la devolución a China, en 1997, el modelo neoliberal comenz´a mostrar su insuficiencia y Hong Kong desarrolló su híbrido autoritarismo de mercado, basado en algunos pilares.

El primero es el individual visit scheme (programa de visita individual) introducido en el 2003, que permite a los habitantes de la China continental di ir a Hong Kong solos y no solamente en grupo o por motivos laborales. Este mecanismo ha transformado a la isla en un centro comercial donde los turistas del continente pueden ir a comprar productos de lujo, y ha iniciado un proceso de gentrificación que ha hecho cerrar los negocios locales, ha destruido barrios enteros y ha hecho aumentar de forma desproporcionada los arriendos y los precios de los bienes inmuebles. El gobierno local ha concedido a los constructores -que se han convertido en los principales capitalistas de Hong Kong- el permiso de destruir las zonas rurales restantes para unir la ciudad a Shenzhen, sobre tierra firme, sin invertir en casas populares y haciendo aumentar posteriormente los precios de las viviendas, condenando a los jóvenes a vivir en la pobreza. Sólo entre el 2013 y el 2014, el arriendo de los departamentos bajo los 40 m² ha aumentado en un 28,3 por ciento.

La fusión, o casi, de la clase de los administradores locales con aquella de los invertidores ha producido frecuentes casos de corrupción.

Recomenzar de cero

Después del 2008, la combinación entre el capitalismo clientelista conducido por el sector inmobiliario y el colapso general del modelo neoliberal ha tenido efectos contraproducentes. En el 2013, 1,31 millones de residentes sobre 7, vivían en pobreza. El movimiento Occupy central nació de la convicción difundida que el gobierno nombrado por el Partido comunista y la elite del mundo de los negocios de Hong Kong sean tan estrechamente unidos de haberse convertido en un único grupo, y que la única posibilidad de resolver el problema es quitándoles el poder. Es fundamental entender que es justamente esto lo que tenían en mente los jóvenes de Occupy Wall street cuando idearon la expresión «99 por ciento». Decir que el problema era aquel 1 por ciento no significaba hablar de riqueza, y ni siquiera de clase, sino del poder de clase. El 1 por ciento es aquella parte de la población capaz de transformar su riqueza en influencia política, y luego transformar aquella influencia política en un medio para generar más riqueza.

1% rico, 99% pobre

La situación de Hong Kong ha incitado a la gente a querer desmantelar la entera estructura política para recomenzar desde el inicio. Los motivos que han dado origen a movimientos similares en Estambul, Sao Paulo, Tuzla u otras ciudades, son todas variaciones del mismo tema: el gobierno -sea electo o impuesto- es visto como un aparato extraño, al interno del cual ni siquiera los representantes mejor intencionados pueden alcanzar las verdaderas levas del poder porque quien desenvuelve las funciones fundamentales del Estado -aquella legislativa, administrativa y, sobretodo, aquella de la seguridad (es decir la violencia institucionalizada)- no responde más sobre su comportamiento al pueblo, sino directamente a la finanza global.

Protestantes en Hong Kong fuera de las oficinas del gobierno

Esto es el resultado de las reformas neoliberales introducidas en Hong Kong en los años cincuenta, sesenta y setenta. Quien quiera desafiar al sistema de poder global no imagina de hacerlo ni siquiera invocando al aparato del Estado, ni buscando de tomar posesión de este. Sólo las presiones externas pueden cambiar el poder. Por ello es necesario crear un «externo», aunque sea temporal, como la Asamblea espontanea en Tahrir, en Syntagma o en Zuccotti park. El resultado es un panorama político completamente nuevo, donde cambian los equilibrios entre las fuerzas (el aparato de seguridad estatal, los estudiantes, los trabajadores, los nacionalistas de derecha, la criminalidad organizada).

Queda por ver como terminará en Hong Kong. Por el momento parece que haya un estancamiento. Pekín teme que un compromiso pueda incentivar iniciativas similares en el continente, donde ya existen miles de «incidentes de masa» cada año. Los manifestantes temen la violencia de la policía y de las triadas y tienen una necesidad desesperada del apoyo de la comunidad internacional. Pero una cosa es cierta: la petición de democracia es sólo el inicio de un movimiento de resistencia más amplio contra un gobierno neoliberal y autoritario. Una población que ha conocido la democracia directa, que es capaz de crear consenso y autoorganizarse es por definición la peor pesadilla de cualquier gobierno. Tal vez Hong Kong sera menos «productiva», para usar la palabra de Friedman, pero lo que está sucediendo ahí podría también marcar el momento en el cual el significado de la palabra democracia, en China y en el resto del mundo, comenzará a cambiar.