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Amira Hass, Ha’aretz, Israel

Los palestinos de Jerusalén que se enfrentan a la policía quieren recordar al resto del mundo que desde hace medio siglo viven bajo ocupación. La opinión de la periodista israelí Amira Hass.

Jerusalén este es una ciudad martirizada, y el dominador que asesta los golpes e inflige las torturas se refriega las manos por la felicidad porque, una vez más, ha conseguido convencer a los colegas y medios de información del extranjero de escandalizarse por la violencia cometida por las víctimas y a ignorar los ataques que él ha cometido. Jerusalén este vive bajo el dominio israelí desde hace casi cincuenta años. Es una ciudad imbuida por la violencia. Para calcular la dosis necesaria de nuevas leyes draconianas, bloques de cemento y agua sucia (usada para «aplacar las revueltas» palestinas), los expertos israelíes han estudiado los motivos del caos en Jerusalén este. Han llegado a la conclusión de que es debido en un 13% al hecho de que la población paga las tasas municipales sin recibir servicios; un 12% por la carencia de escuelas y viviendas, mientras la tierra es expropiada para construir calles y viviendas para los hebreos; un 17% por los hebreos que invaden las casas ajenas; y en un 58% debido a la cuestión de la mezquita de Al Aqsa (que es parte del complejo de edificios religiosos llamado Noble Santuario por los musulmanes y Monte del templo por los hebreos). Si no fuese por estos motivos, sostienen los expertos, Jerusalén este sería tranquila.

Abusos internacionales

No debemos preguntarnos porque Jerusalén este está en agitación, sino que cosa quiere obtener Israel, que desde hace medio siglo comete abusos y robos a paga de los palestinos. En los últimos veinte años, aprovechando el proceso de paz como cobertura, ha intensificado los ataques contra la población originaria de la ciudad. Los distintos gobiernos y administraciones municipales han hecho de todo para eliminar de la vista a los palestinos de la ciudad.

El problema es que los palestinos no colaboran. No sólo rechazan irse, sino que perturban la calma. En estos días, cientos de jóvenes valientes se enfrentan con las fuerzas de seguridad recordando al resto del mundo que desde hace cincuenta años los palestinos están sufriendo una dominación violenta.

Decenas de ellos lanzan piedras contra los hebreos, considerados los representantes de aquella parte de los habitantes de la ciudad que no hace nada para terminar con los abusos. Algunos, sedientos de venganza, atropellan a los hebreos con los autos.

En los últimos veinte años, Israel ha buscado aislar cada vez más a Jerusalén este de Cisjordania y de la franja de Gaza y, ordenando el cierre de las instituciones de la OLP, ha prohibido el liderazgo palestino en la ciudad. Fragmentando a la población y neutralizando a los líderes, los israelíes piensan de poder debilitar la resistencia. Hasta ahora el sistema ha funcionado y ha permitido proteger el status quo. Pero existe un motivo por el cual Jerusalén este no se somete. A diferencia de Gaza y de Cisjordania donde existe una ilusión de soberanía y existe un gobierno que mantiene separadas a las fuerzas ocupantes de la población, en Jerusalén los palestinos viven directamente bajo el yugo israelí. Esta situación ha llevado al empobrecimiento de gran parte de la población árabe de la ciudad e incentivado a muchos palestinos de la clase media a irse.

Por último Jerusalén es la sede del Noble santuario y de la cúpula de la roca, un polo de atracción religioso y emotivo que, en ausencia de líderes carismáticos, se ha convertido en un símbolo nacional para quienes que no ven una solución política en el horizonte. El sitio sacro es un punto de referencia religioso para un millón y medio de fieles en el mundo. Pero es también una fuente de poder y fuerza para la pequeña población originaria a la cual Israel busca de robar cada recurso concreto y simbólico.